jueves, 17 de enero de 2013
Teatro
ENTRE PADRES E HIJOS
Por Federico Irazábal
| Para LA NACION
Love, Love, love / Autor: Mike Bartlett / Elenco: Gabriela Toscano, Fabián Vena, Vanesa
González, Martín Slipak y Santiago Magariños /
Escenografía: Carlos Rivas /
Iluminación: Gonzalo Córdova /
Vestuario: Renata Schussheim / Maquillaje y peinado: Alberto Moccia /
Versión y dirección: Carlos Rivas /
Sala: Multiteatro / Duración: 110 minutos.
NUESTRA OPINIÓN:
BUENA
Si bien el director Carlos Rivas, en el programa de mano,
compara la pieza con la dramaturgia de Arthur Miller y Henrik Ibsen -en un acto,
desde mi punto de vista, de sobrevaloración-, la obra encuentra sus
antecedentes más fuertemente en la dramaturgia europea contemporánea. Es más,
señalaría que el texto se corresponde, en una versión más ingenua, con gran
parte de la dramaturgia inglesa, alemana e italiana al trabajar con ciertos
tintes de didactismo en su mirada crítica al capitalismo contemporáneo. Y es en
esa zona en donde logra su mayor mérito: en no proponer ninguna versión
"new age" de socialismo siglo XXI, sino en caer irremediablemente
dentro de la tiranía del dinero en una Europa que plantea una escisión entre el
mundo que vivieron los padres y el que les dejaron a sus hijos.
Padres e hijos. Ése es el dilema que el texto plantea.
Padres que provienen de la generación del sesenta, con un cúmulo de ideales
antisistema que hoy recuerdan con nostalgia, al tiempo que disfrutan de sus más
que merecidísimos ahorros y lucros financieros y rentistas. Los personajes que
componen Vena y Toscano provienen de allí, de una cultura que se propuso hacer
un mundo mejor, pero que luego se dejó vencer por el mundo. Y tuvieron hijos
que hoy no logran despegar porque la situación económica no es la de entonces y
aprovechan para culpar a sus padres de su propio fracaso. La obra envuelve bajo
el formato de diálogos familiares fuertes tesis económicas y sociológicas que,
con sus contradicciones, van desarrollando el entramado intelectual del texto.
La dirección de Carlos Rivas entendió algo de esto e intenta
llevarlo a cabo en la escena aunque por momentos cae en un sistema de
"representación" que le es hostil al propio texto. Tanto en el primer
acto -cuando se ubica en los 60- como en el último -el presente- busca un
trabajo de composición que la obra no requiere a no ser que se pretenda hacer
de ella una lectura en clave realista. Porque el problema que plantea en este
sentido es que la misma pareja actoral tiene que recorrer cinco décadas. Pero
la escena repele a un Vena caracterizado de jubilado porque la
"actuación" tan remarcada va en contra de un sistema de tesis en
donde lo que importa es la visión de mundo.
Por eso se vuelve superlativa la actuación de Gabriela
Toscano, quien llega con su personaje verdaderamente a una cima en su carrera.
Toscano atraviesa las décadas sirviéndose de cambios de vestuario, peinados y
accesorios y con muy sutiles actitudes corporales va mostrándose como la misma
y como otra. En ella todo pasa por el cuerpo y no en simular canas. Toscano no
actúa ni la comedia ni el drama; se pone simplemente allí y deja que su cuerpo recorra
las exigencias del texto, algo que también hace con solvencia Vanesa González.
Por algún motivo que me excede, Rivas eligió un código diferente para las
actrices en relación con los actores que "componen".
En cuanto a la puesta en escena, hay que señalar que el
director encontró un muy interesante dispositivo que destaca la teatralidad de
la propuesta al ir haciendo que el espacio vaya gradualmente apropiándose de
todo el escenario como forma de metaforizar el crecimiento económico de la
pareja protagónica.
Fuente: Diario LA NACION Martes 15 de enero de 2013
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1 comentario:
Vi la obra hace unos días. Quiero felicitar a todo el elenco y, especialmente, a usted y a Fabián Vena, por sus actuaciones soberbias. Se nota que se conocen y saben sacar lo mejor del otro. El personaje de Sandra es inolvidable. Y el texto de Bartlett tiene momentos que son verdaderas joyas de humor y dolor.
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