Dirigida por Carlos Rivas y escrita por Johan Patrick Shanley, la obra transcurre en 1964. Cuenta la historia de la hermana Luisa, directora de una escuela primaria católica de clase media a la que domina con mano de acero. A ese mundo llega el padre Juan, un curita progresista que tiene una jerarquía superior a la de ella y que pretende introducir algo de humanidad en ese templo de la frialdad.
Bajo los hábitos, Gabriela Toscano -cuyo rol fuera interpretado por Susú Pecoraro cuando La Duda se estrenó en Argentina- es una mujer adusta, con espalda encorvada y gestos graves. Su expresión remite a la imagen de alguien a quien, más que sobrarle años, le falta contacto con la vida.
"¿Qué hace uno cuando no se siente seguro?", es la primera frase que pronuncia Fabián Vena en el escenario, vestido de sacerdote, las manos cruzadas sobre el pecho. La platea no está a oscuras: en realidad, está actuando de feligresía, sometida a la situación de sermón. Los monólogos logran el efecto de convertirse en prédica gracias al trabajo actoral de Vena, quien asume con naturalidad cadencias y gestos característicos de los religiosos.
El trabajo de iluminación se destaca por generar los climas apropiados. Lo mismo ocurre con el sonido, que acompaña en justa medida el desarrollo de la trama.
La pregunta del padre Juan opera como disparador. Primero tímidamente, luego con más firmeza y, finalmente -en un in crescendo que atraviesa las dos horas que dura la puesta- con absoluta certeza, la monja sugiere que el sacerdote abusó de uno de los alumnos. No hay pruebas, pero nadie logrará convencerla de que su corazonada es sólo eso.
Brian, a quien nunca vemos pero de quien sabemos no sólo que es negro, sino que es el primer chico negro que ingresa a la institución, es ese alma que la hermana Luisa se empeña en defender, basada en la seguridad de que algo malo ocurrió entre el sacerdote y el joven discípulo.
Resuelta a cumplir su misión heroica en este mundo - "nosotros (por la iglesia) somos distintos al resto", dirá -, emprende una ciega carrera para lograr que el cura confiese su pecado. Su fundamentalismo se resume en una de las frases que desliza: "Es mi trabajo ser más astuta que el lobo". Lo que queda es averiguar si el lobo realmente existe, en qué dimensión, o si es sólo producto de una mente obnubilada por el pensamiento absolutista.
Entretanto, momentos de distensión tamizan el relato. Están ligados a las costumbres absurdas, emparentadas con lo ridículo, que imperan en determinados ámbitos del mundo eclesial: un hombre y una mujer no pueden estar solos en una habitación sin la presencia de un tercero; ni mantener conversaciones a puertas cerradas, entre otras normas de ese tenor.
En este punto es de destacar la actuación de Magela Zanotta como la hermana Clara, una monjita ingenua y bien intencionada cuya vida interior será perturbada por las sospechas de su inflexible superiora.
Finalmente, la mamá de Brian -interpretada por Silvia Baylé -recupera algo de lo humano (las miserias, los intereses, pero también los sometimientos y las simplezas de la vida cotidiana) y deja su marca en el, hasta entonces, infranqueable terreno de la religiosa.
La operación dialéctica que encarnan el padre Juan y la directora desemboca en el clímax de la obra. Es aquél de la anteúltima escena, donde ambos, despojados en gran medida de las imposiciones y reglas de rigor, discuten exacerbados sobre -ahora sí- una acusación concreta.
El desenlace llega como un aire fresco que viene a descomprimir esa tensa lucha entre el bien y el mal que atraviesa la obra. Ahora la culpa, esa gran mano que domina a las marionetas perdidas entre hábitos, cruces y castigos, domina la escena. Ya no importa encontrar respuestas certeras. La neblina espesa de la duda cubrió con su manto cada resquicio.
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